Este es el año de los agricultores familiares y ello me parece muy bien, pues nos obliga a mirar al campo y a quienes en buena parte nos alimentan, proveen de divisas al país, contribuyendo entre otros a sostener la dolarización y proveen de materias primas, que aseguran el funcionamiento de buena parte de nuestra industria. Nos obliga a saber si estamos retribuyendo a estos ecuatorianos, hombres y mujeres, lo que se merecen y si tienen acceso a los activos e insumos que necesitan, para hacer mejor lo que ellos ya hacen. Nos permite hacer una introspección profunda.
Por agricultores familiares entendemos aquel segmento de
productores del campo que conducen y acompañan los ciclos biológicos de los cultivos,
bosques y animales, incluyendo peces, con el concurso principalmente de su
familia, normalmente en pequeña o mediana escala y cuyos frutos permiten a los
miembros del hogar mantenerse, sea para el consumo o para venderse en los
mercados. También es importante subrayar que esta población tiende a
localizarse en territorios sujetos a limitaciones agroecológicas: suelos con
bajos niveles de fertilidad natural, tierras de ladera sujetas a erosión,
espacios propensos a inestabilidad climática o a variabilidad de temperaturas,
evapotranspiración, lluvias; así como reducido acceso a agua, tanto para bebida
como para regadío. Esto les hace vulnerables a las consecuencias del cambio
climático.
Según la información disponible, los agricultores familiares
constituyen el 88% de todos los agricultores, ocupan alrededor del 41% de la
superficie agropecuaria, generan la mayor parte del empleo agrícola, 60%, y
contribuyen con el 45% del producto interno agropecuario, es decir, más o menos
del producto total. De hecho son responsables de la mayor parte de la
producción de hortalizas, frutas para el mercado interno, café, cacao, maíz,
papas, quinua y contribuyen de manera importante al abastecimiento de leche y a
la producción de animales de traspatio. Pero además de ello, los agricultores
familiares disponen de la mayor reserva genética para cultivos andinos y del
semitrópico, así como un acervo inmenso de conocimientos agropecuarios y sobre
la naturaleza, como bien lo han documentado investigadores reconocidos.
Pero a pesar de todo lo anterior, son pobres. Todavía hoy y
a pesar de la reducción nacional de la pobreza, más de cuatro de cada diez
pobladores rurales son pobres. Las razones son múltiples, entre ellos la
calidad de la tierra donde se localizan, el tamaño de sus parcelas, las
estructuras complejas de comercialización, la lejanía respecto de rutas
transitables, los problemas de bajo nivel educativo, incluyendo muchas veces
analfabetismo y el efecto catastrófico que tienen los problemas de salud, los
problemas de acceso a financiamiento, insumos agropecuarios de calidad,
información y migración de la población joven, para mencionar algunos.
No es una población estancada ni mucho menos, están hoy más
relacionados a los mercados, disponen de mejores servicios, tanto agropecuarios,
como no, combinan la actividad agropecuaria con otras fuentes de ingreso y en
los casos en que se asocian y reciben apoyos de calidad, mejoran
significativamente su productividad y sus ingresos. Pero me da la impresión de
que esto último ocurre entre una proporción pequeña del total.
Me parece que la mejor forma de celebrar este año de la
agricultura familiar es la de evaluar junto con los agricultores lo que se
viene haciendo, identificar las mejores prácticas y experiencias existentes,
mejorar la coordinación interinstitucional y buscar saltos de calidad en las
políticas y programas que les son dirigidos.
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